lunes, 29 de diciembre de 2008

Benito Mora, transhumante de bravo


El mero hecho de criar toros bravos no da a nadie rango de ganadero, esos son galones que sólo los puede lucir quien no ha dormido por ayudar a una vaca en mal parto, quien sabe del sufrimiento que supone un semental alambrado o un animal que no está en salud, aquel que ha llorado lágrimas sordas por la muerte de una yegua vieja, quien es capaz de emplear días y noches buscando una res perdida. Hay otros que tienen el nombre, el boato, los papeles y, si quieren, el ganado; pero la pasión, el amor al toro, es privilegio de otro tipo de ganaderos. Se me viene a la cabeza una canción que declamaba Alberto Cortez y creo del Atahualpa, "las penas y las vaquitas se van por la misma senda, las penas son de nosotros, las vaquitas son ajenas". Ganadero es el que tiene las vaquitas y las penas.
Ser ganadero tiene algo en si mismo de romántico, si además se opta por un encaste poco comercial y no solicitado por ningún torero como Santa Coloma, del romanticismo se pasa a la heroicidad, si en el colmo de la desfachatez y la atemporalidad se elige la transhumancia del ganado bravo, no sólo como manera de ser ganadero, sino también como opción de vida, la heroicidad da el paso a la locura.

Benito Mora, bendita locura la de un hombre que ha muerto estos días, un hombre de formas antiguas, de sapiencias recias, de convicciones firmes, de maneras duras y afición enrazada. No os quepa duda, un ganadero de veras, desde el Santo Reino, por la cañada conquense y las más ariscas de las tierras mañas. Un ganadero de la transhumancia.

Benito fue, junto a Chica, el último mohicano de esa forma de criar toros bravos que es la transhumancia, en tiempos de vacas locas y harinas de pescado, de piensos compuestos y engordes misteriosos con clembuteroles y otras artimañas, de cebaderos, subvenciones y crotales, de una forma demasiado burocrática de entender esto, hay ganaderos que conocen el becerro por el mugido, las reatas por las abuelas y siguen apurando el pasto de las veredas y las cañadas, las cumbres de fino verde virgen de verano y las llanuras de buen resguardo del invierno. Peritos en el arte de encontrar parideras, agostaderos, pasos de arroyos del deshielo, las formas de la vida a que dio carta de naturaleza aquel Honrado Consejo de la Mesta medieval.


No todo lo nuevo es mejor, no todo lo que descartamos mejora nuestra vida, aunque aparentemente nos quite de las penurias, que nadie se engañe: el presunto progreso trae otras servidumbres. Dicen los viejos del lugar que no viene nadie por detrás que quiera el campo, la dureza de una forma de vivir de antaño. Ayer veía esa película genial y sencilla que es Tasio, de Armendariz, y recordaba el valor de la independencia, el valor y el coste, del orgullo de renunciar a jornales y seguridades, de evitar las palmaditas de toreros y veedores, de ser uno mismo y morir en el intento, de la fidelidad a aquello que sólo el propio criterio decide que merece la pena.

No se por que me invade desde un tiempo a esta parte un cierto pesimismo vital que me lleva a pensar que esto cambia de manera inexorable, pero que no todos los cambios son a mejor. Mi abuelo materno, Vicente Merino Hernaiz, fue transhumante de ovejas durante 60 años del siglo XX, penó por la cañada real segoviana, en dos viajes anuales de 32 jornadas cada uno, los últimos años en tren, entre Brozas, Membrío, Aliseda en Extremadura y Bardadillo de Herreros en Burgos, en mi casa hay toda una forma de vida que deriva de la transhumancia, tenemos techos y familias y recuerdos y añoranzas de la Extremadura y de la serranía de la Demanda burgalesa, mis inviernos son extremeños y mis veranos castellanos, mi infancia, mi única patria, trae aromas a migas de pastores, a pellizas, a zahones, a "chacho" mezclado con "majo", a zagales, a mayorales y rabadanes, a morrales y calostros de ese ganado de ida y vuelta, a músicas de eternas añoranzas, a campanos, a ladridos de mastines con carlancas y perros de careo, a sabores de viejas ovejas horras con pastos nuevos, a lágrimas de cíclicas despedidas, a parias de churra, a candelas de encina en campo abierto.... También de mucho sufrimiento, de inclemencias, secanos y pedriscos, de rebaños diezmados, de robos, de epidemias, de malos precios, del lobo... Pero seguro que mi abuelo no vivió peor que vive cualquiera de sus nietos. Por que vivió como quiso, empellicando borregos, y aplicando mieras, sintiéndose ganadero.


Mentiría si dijera que no conocí a mi abuelo, muerto seis años antes de que yo naciera, mi abuela y un montón de gentes de aquí y de allá se encargaron de que percibiera su calidad humana y su condición inequivoca de ganadero.También me quede con las ganas de ir a Valtablao y conocer a Benito, hable con él una vez y su invitación fue sincera cuando le conté mi historia, le conté de mi abuelo idolotrado, siempre en mi memoria la imagen del ganadero de Gabriel y Galan,


"y viene y va con ganado


y vende y vuelve a comprar


y paga y vuelve a criar


y siempre está atareado",


Otra vez este mal bajío de los últimos tiempos, !cuantas cosas que no he hecho y que ya quizá no pueda hacer¡ ¡Cuantas conversaciones pendientes tengo ya en el otro lado¡


Mi corazón y mi alma están unidas por estos lazos con los últimos transhumantes de bravo, esos hombres de amor encastado por una forma arcana de criar ganado, una suerte de ganadería y de vida quizá destinada a morir, ganaderos que no fracasan por que no se dan por vencidos nunca, ganaderos que no lidian en las Ventas pero a cambio tienen el privilegio de la independencia brava, del placer de un Dios que es levantarse una mañana, junto a las pobres ascuas de un fuego aún vivo de la noche anterior, y ver a una de sus vacas santacolomeñas, amamantando, en una cañada real, a un choto con la telilla todavía a medio perder.


Va por Vd. don Benito, que el último viaje le sea grato y no sufra, ya sabe, etapas de trasnhumante, largas y exigentes pero placenteras, que ya vendrá alguien por detrás, que siempre habrá otro loco, que yo mismo, cualquier día, me tiro a las cañadas reales... !Si tuviera valor¡¡Si fuera como mi abuelo!

1 comentario:

Anónimo dijo...

Javier, no sabía de tu "enganche" extremeño... magnífico artículo en homenaje a estos hombres con sabor "añejo". Precisamente hace unos días recibí una felicitación de un amigo turolense (una fotografía de una vaca y un becerro con algo de nieve alrededor, en la ruta de la trashumancia de Teruel a Jaén que aún practica César Chico).Te quiero pedir un favor y es que si no tienes inconveniente nos gustaría reproducirlo en nuestra revista"Cerro de San Albín" del año proximo sumándonos en el recuerdo de este ganadero y de quienes practicaron y aún perduran en la tradición de la trashumancia y todo lo que ello significa¿es posible? por supuesto citando la web y el autor...de cualquier manera gracias.
Feliz salida de este y mejor entrada en el 2009.
Un abrazo
Pedro García Macías

Haciendo hilo

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